Día 3 - El Cairo, Descanso sin descanso

miércoles, 1 de abril de 2009


Ya sé, ya sé. Es imperdonable que de vacaciones, en una ciudad desconocida y tan importante en la historia de la humanidad se esté pensando en descansar, pero la verdad es que mi estado de convalecencia se sumaba a 4 días con muy pocas horas de sueño y Vero comenzaba a sentirse mal del estómago, también. Traducción: medio día fuera de las canchas turísticas.

Llegado el atardecer salimos a recorrer las calles, caminando en zigzag para evitar los autos encaramados en la vereda o estacionados en primera y segunda fila dejando sólo una pista para el tránsito. A poco andar se descubre que es mejor caminar por la calle, exactamente por la única pista que les queda a los autos. Salvo la vestimenta de las mujeres, la vida en la ciudad es muy similar a cualquier gran orbe en el planeta. Cada cierto tiempo se escuchaban los cantos musulmanes de rezo que nos recordaban el lugar donde estábamos.


Nos propusimos hacer algo muy cairota, profundamente ligado a las tradiciones árabes, indudablemente asociado a Egipto e irrevocablemente cultural, así que nos decidimos a tomar un taxi al Hard Rock Café del Cairo. Esto trajo tres decepciones: 1) el taxista que nos llamó el hotel por veinte libras egipcias nos terminó cobrando veinticinco --aprovechando que no teníamos sencillo-- porque “nos demoramos mucho en llegar”. 2) para todo el que ha estado en un Hard Rock Café llegar a un local que enarbola este nombre para encontrarse con salsa, merengue y cumbias no puede pasar por alto. 3) nuevamente los taxistas, uno nos quería cobrar cuarenta libras por el mismo recorrido que en el hotel nos aseguraban costaba veinte. Obviamente dejamos pasar este sinvergüenza y conseguimos otro taxista, cambiando la estrategia. Le dijimos que le dábamos veinte libras por llegar al hotel. Luego de que aceptara y de que estuviéramos dentro del taxi, le contamos al chofer que habíamos llegado ahí por veinte libras y que otros colegas nos querían cobrar el doble. El taxista nos pidió nuevamente la dirección y replicó “tienen razón, hasta acá son cuarenta”. Ante el ademán de querer bajarnos el chofer aceleró y nos ofreció llevarnos por treinta. Pudimos pagar veinticinco, al final.

El día termina con el empaque de las maletas, la sensación de que en El Cairo todo el mundo quiere aprovecharse y la esperanza de que Estambul sea distinto, mejor.

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